jeudi 18 juin 2020
Carta a mis amigos y parientes del barrio alto de Santiago.
Carta a mis amigos y parientes del barrio alto de Santiago.
¿No ven el sufrimiento indecible en el que está sumido el país? ¿Cómo es
posible tanta ceguera? ¿No saben de los cientos o miles de ollas comunes a lo
largo de Chile de la gente que se está muriendo de hambre? ¿Somos nosotros los
responsables?
¿No logran darse cuenta de que nuestro medio representa a una pequeña
minoría, muy pequeña y muy privilegiada? Minoría, que de tanto vivir entre los
mismos, creía, como lo dijo Piñera el 8 de octubre pasado, que el país era un
oasis de paz y de prosperidad en medio de una América latina convulsionada. Minoría
que no tiene la más remota idea de las dificultades, cada día mayores, de un
gran porcentaje de los Chilenos, dificultades que dieron origen a la enorme
explosión social del 18 de octubre, y que se agudizan a un punto indescriptible
con la pandemia. Minoría convencida de tener el derecho y la capacidad de
decidir por todos. Minoría que, salvo excepciones, en vez de utilizar su saber,
su ciencia, su nivel de formación y cultura para el bien de toda la sociedad,
como debería ser, de manera responsable, aplicada y honesta, utiliza sus
capacidades en su propio interés. Minoría que sacrifica la educación, la salud
y la justicia social de la gente modesta en aras de la supuesta sacrosanta libertad
neoliberal y que luego califica a la gente del pueblo como ignorante, poco
civilizada, o de brutos, de lumpen. Minoría que se considera de una clase
superior, por no decir de una raza superior, que desprecia a los inmigrantes
pobres peruanos, bolivianos, haitianos, colombianos, venezolanos, que desprecia
y criminaliza a sus pueblos originarios, en particular al pueblo Mapuche, con
un negacionismo histórico vergonzoso, y que oprime sistemáticamente a todos los
que luchan por sus derechos, como a los manifestantes de la explosión social de
octubre con sus cientos de lesionados oculares, con sus dos mil jóvenes en
prisión preventiva sin motivo, con una violencia comparable o peor a la del reciente
asesinato de George Floyd en Estados Unidos, asesinato que ha levantado una ola
de indignación generalizada contra todas las formas de racismo en el mundo
entero. Minoría acomodada y protegida por una constitución impuesta por la
Dictadura criminal, que autoriza el saqueo de todas las riquezas del país,
incluso del agua, en beneficio de unas pocas empresas privadas, saqueo de una
violencia extrema para los habitantes de las zonas rurales afectadas por la sequía,
a quienes se les niega el derecho fundamental del acceso al agua.
¿Cómo es posible tanta ceguera?
Es hora de abrir los ojos, de tomar conciencia del sufrimiento indecible
en el que está sumido el país y de hacer lo imposible por reparar el daño, eligiendo
opciones inspiradas por la justicia social y la fraternidad. Es hora de asumir nuestro
deber de humanidad.
Pero quizás la hora ya pasó, quizás nada podrá detener la enorme segunda
ola de la explosión social.
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